Citado para una entrevista de trabajo en
la biblioteca, caminaba presuroso con mi hoja de vida bajo el brazo. Una nube
negra venía detrás y hacía presagiar lluvia.
Aligeré mi paso para evitar que ni una
sola gota dañe mi “casimir peinado” y mucho menos mi "brillante
trayectoria" impresa en esas hojas. Llegué 20 minutos antes de la cita con
mi aspecto pulcro y la carpeta a salvo,
procedí a sentarme y a pensar que sería de la vida si me daban el empleo, pero al mismo tiempo pensaba en el
incremento del precio del gas y en que próximamente necesitaremos cocinas
eléctricas.
Muchos pensamientos querían ser parte de
ese momento. Decidí pedir un libro para que me abandonaran y me dejaran en paz.
Fue así que sucedió lo que quería contarles en realidad, al acercarme al bibliotecario un par de señores de edad sostenían y colocaban entre los dos un libro gigante en la repisa. La duda y la curiosidad exigieron que debiera preguntar sobre aquella majestuosa obra.
Fue así que sucedió lo que quería contarles en realidad, al acercarme al bibliotecario un par de señores de edad sostenían y colocaban entre los dos un libro gigante en la repisa. La duda y la curiosidad exigieron que debiera preguntar sobre aquella majestuosa obra.
Se trataba del diario local conocido
como "El Mercurio" que recopilaba ediciones del año 1928-1929. Abrirlo
fue como ingresar a una máquina del tiempo que sutilmente emanó un olor a viejo que uno quisiera embotellarlo para
poder conservarlo.
Diario "El Mercurio" 1929 |
Tenía
algunas hojas retorcidas, supongo que los lectores fueron muchos. Empiezo a
observarlo lentamente y sorpresivamente noto que existe muy poca información del
mundo, pienso que en ese tiempo no había prisa por estar al tanto de los
últimos sucesos, observo más bien que
los acontecimientos “intrascendentes” de sus pobladores adquieren trascendencia
y se tornan públicos como un afamado joyero que se va de viaje y desea cobrar
créditos otorgados a su distinguida clientela o la libertad del Sr.
Villavicencio, luego de haber
permanecido prisionero, o el infeliz que se atragantó comiendo carne de chancho.
La publicidad y los anuncios pululan, intrigantes,
llamativos, imaginativos, dignos de un estudio profundo por la perspicacia e
ingenio utilizado para llegar al más común de los mortales.
En medio de todo este universo aparecen
algunos artículos como una especie de ensayos donde se exponen puntos de vista
filosóficos, sociales, políticos etc.
De repente suena mi celular y regreso a
la época actual. Me hacen saber que la ansiada entrevista de trabajo se retrasará
una hora más, lo cual confirma que regresé a la realidad y por sobre todo al
Ecuador.
Supongo que en esa época muy pocos eran
los periódicos que iban al tacho o servían para limpiar vidrios, más bien eran
concebidos para ser leídos, analizados y comentados con el tiempo.
Para este servidor fue un viaje
maravilloso de casi 2 horas. Bendigo a Gutenberg por crear la imprenta.
Por cierto, ¡conseguí el empleo!
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